A sus 72 años, Rolando Ramos sigue lustrando zapatos desde su casa ubicada en el barrio Omar Torrijos, en la ciudad de Estelí.
Sus manos, manchadas por la tinta y la pasta de lustrar zapatos, son como páginas vivas de una historia que comenzó en 1969 y que aún no llega a su fin, ya que se ha mantenido activo en este oficio por 56 años.
Rolando aprendió el oficio para poder cubrir sus necesidades y empezó a trabajar cuando apenas era un niño de 6 años. En ese entonces, ganaba unos centavos por cada par de zapatos que lustraba.
En 72 años este es el único medio de vida que ha conocido y con sus ingresos logró construir su casa.
Las arrugas en su rostro cuentan historias de sol y lluvia, de jornadas largas sentado junto a una caja de madera. Su cuerpo desgastado ya no le permite estar horas en la calle, pero no se ha rendido. Ahora trabaja desde casa.
Quien quiera que le lustren sus zapatos tiene que tocar la puerta y anunciarse. Ya que, según Rolando, no puede abrirle a cualquiera.
La clientela ha disminuido. Lo que antes era una necesidad cotidiana, hoy es una rareza. Pues cada vez la gente usa menos zapatos de cuero para lustrar. Según él “ahora todo es tenis, zapato deportivo y tela. Por eso el oficio se ha ido perdiendo”.
Hoy cobra 30 córdobas por cada lustrada, una diferencia notable de aquellos años de centavos. Pero más allá del precio, Rolando ofrece algo que ya pocos pueden dar: oficio, respeto y una conversación sincera entre trapo y pasta de lustrar.